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Trahtenber Siderer León
Egresado de: Ingeniería Mecánica (UNI) Especialización en Administración de la Educación, (U Lima) Magíster en Administración de Empresas (U del Pacífico). Graduado de Magíster en Educación U. Hebrea de Jerusalem.
http://www.trahtemberg.com/

La mayor parte de mi vida la pasé en marcos de educación privada, como alumno, profesor y director. A nivel universitario tuve acceso a educación pública de calidad, tanto en mi primera carrera de ingeniería mecánica (UNI) como en mi maestría en educación (U.Hebrea de Jerusalem). Sin embargo, hace tiempo que me dí cuenta que sin educación pública de calidad -escolar y superior- los países no son viables, incluyendo en ello a las familias usuarias de la educación privada.
¿Qué observamos en América Latina y Estados Unidos? Mientras la educación pública era de calidad, casi no existía educación privada. Conforme la educación pública se empezó a deteriorar por la negligencia de los gobiernos efectistas y carentes de visión de país, empezó a crecer la educación privada, como la alternativa que toda familia de clase media o alta encontraba para obtener un servicio educativo satisfactorio.

Conforme creció y se prestigió la educación privada, es a ella a la que enviaban sus hijos los empresarios, políticos, congresistas, ministros, presidentes, periodistas reputados, trayendo como resultado que su mente y alma se aleje de la educación pública por no sentirla como propia. La educación pública siguió inexorable su camino hacia la periferia del interés político y con ello vino la extinción de la educación pública como espacio educativo abarcativo de la diversidad de peruanos y con un nivel cuando menos equivalente al de la educación privada.

Similar camino siguió anteriormente la salud pública, al que se sumó la diferenciación que se producía entre los peruanos solventes y los pobres en cuanto a su asistencia a distintos clubes, playas, parques, centros comerciales, cines, discotecas. Inclusive en los estadios unos van a occidente, oriente y palcos y otros a norte y sur. Con ello queda asegurada la fractura del país en dos partes que no tienen una identidad compartida porque no tienen adónde encontrarse para socializar, conocerse, interactuar, convivir, construir una visión compartida de país, coparticipar en proyectos de igual a igual, defender los derechos comunes y ser solidarios unos con otros. Nadie puede apreciar a quien no conoce, ni jugársela solidariamente o compartir sueños, proyectos y luchas con quienes no conoce ni siente cercanos.

Esta fractura nacional en dos ghettos incomunicados por ausencia de espacios públicos comunes, no nos augura viabilidad como nación. En cambio si lográramos que la educación pública de calidad fuera un objetivo de todos, -empezando por los políticos que gobiernan-, no solo habría más equidad, sino que se recuperaría la oportunidad de que los peruanos se eduquen juntos, cuando menos en alguna parte de su vida.

Propongo que empecemos con las universidades e institutos públicos de excelencia, escuelas nacionales estatales del más alto nivel en artes plásticas, ciencias, tecnología de vanguardia, teatro, música, deportes, haciendo campamentos ecológicos -todos con profesores sobresalientes-, cuyo alumnado se seleccione por sus potencialidades y méritos sociales y no por su condición económica. Inclusive las Fuerzas Armadas podrían promover los campamentos premilitares juveniles para los períodos vacacionales, a cargo de oficiales carismáticos, experimentados y con vocación educativa, que en vez de transmitir la idea de que en las Fuerzas Armadas los oficiales abusan de los subalternos, transmitan la idea de que la carrera militar es una manera digna, solidaria y esforzada de desarrollar a las personas y a la sociedad peruana.

Sin duda alguna, peruanos ricos y pobres que compartan por igual cualquiera de esos espacios educativos, egresarán de ellos con una fortaleza y sentido de identidad colectiva como resultado de haberse conocido y desarrollado actividades juntos –como pares- que hará mucho más por el Perú que decenas de comisiones de diálogo que se instalan para apagar incendios cuando queman las papas de la incomprensión y confrontación.

Espacios como éstos pueden forjar los liderazgos peruanos del futuro combinando la integración social con la formación de excelencia. Pero previamente nuestros gobernantes y congresistas deben desear convertir al Perú en un gran espacio de encuentro de todos los peruanos, soldando las fracturas y diluyendo las murallas sociales que separan a unos de otros. De lo contrario, en lugar de una nación integrada, el Perú se convertirá en una incubadora de permanente tensión social y violencia.

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